Si nos remitimos a los viejos y obsoletos conceptos de derecha e izquierda, tan propios de la fenecida Guerra Fría, pero que de una u otra manera son conocidos por todos; en lo que podríamos denominar “derecha”, nunca hemos sido de hablar con eufemismos; por el contrario, decimos las cosas como son. Por su parte, lo que podríamos entender como “izquierda”, siempre recurre a un mensaje esperanzador, muy emocional, y empático, pero absolutamente falso, utópico e irrealizable.
Si a lo anteriormente expuesto, agregamos el posmodernismo, con sus tendencias emocionales, tan propias del siglo XXI, tenemos el surgimiento de lo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe definen como populismos. Por un lado, los neo o posmarxismos radicales de izquierda tipo “Podemos, en España”, y, por otro, los chovinismos ultraconservadores tipo “Marine Le Penn, en Francia”.
Si analizamos ambos exponentes de populismo, ambos son de carácter agonal, es decir, las ideas no se presentan para la conversación ciudadana civilizada, sino que se constituyen en medios de lucha política, principalmente electoral, en las que todo vale para obtener el poder.
Si en estos tres años hubiéramos aprendido algo de lo que vivimos, lo primero que deberíamos hacer tendría que ir por el lado de abandonar esas tendencias populistas auto destructivas de carácter agonal y volver a la sensatez y a la mesura, y recordar que estamos en este mundo para cumplir fines superiores (trascendentes), no para eliminarnos mutuamente por las modestas ansias de poder de élites políticas y económicas, corruptas hasta la médula, y ancladas en el pasado. En definitiva, deberíamos entender que el poder, la libertad y la economía no son fines en sí mismos, sino que son medios para nuestro perfeccionamiento individual y como sociedad.
Atte.
Pablo Thauby
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